Después de un largo paseo, y para reponer fuerzas, lo mejor es parar un momento a tomarse un té. Si además se puede acompañar de una msaman (especie de crêpe árabe), y todo esto se degusta en un patio cordobés convertido en salón de té, entonces es inmejorable.
El aroma intenso del té, el sabor dulce de la msaman, el aire fresco del patio, la vistosa decoración, la música árabe… El tiempo parece detenerse, invitando a la relajación y al descanso. Sin saber bien cuánto tiempo ha pasado, y cruzando el arco de salida de vuelta a la calle, Córdoba nos vuelve a sorprender con su magia. Las estrechas calles de la judería, repletas de movimiento, contrastan con la torre de la Mezquita que, desde hace siglos, contempla inmóvil la vida cordobesa.
Cuando la tarde termina, los antiguos habitantes del Alcázar de los Reyes Cristianos hacen notar su presencia para amedrentar a los posibles enemigos de la fortaleza. Encienden sus candiles de múltiples tonos, coloreando los vanos de sus torres.
El mismísimo rey Alfonso X “El Sabio” vigila la entrada de este edificio, que en su día mandara construir.
La noche no afecta a la belleza de la Mezquita, que mantiene su majestuosidad y ese encanto que atrae por igual las miradas de vecinos y forasteros.
Antes de dirigirnos al Puente Romano en dirección a casa, nos despedimos de la estatua del Custodio de Córdoba que protege esta entrada de la ciudad. “¡Adiós Rafael!”
Como unos enamorados de Córdoba, no podemos evitar volvernos en el último momento para contemplar esta ciudad, donde se ha quedado para siempre una parte de nuestras almas.
¡Que chulo! Me encantan las fotos, son fantásticas y los comentarios son dignos de un cronista
¡Muchas gracias! Nos hace mucha ilusión tu comentario. Esperamos que las próximas entradas también te gusten.
Me encanta Ana! Te seguiré la pista.
Muchas gracias Charo! Esperamos que te siga encantando!