Esta concha de caracol es muy “rebonica”, a pesar de estar vacía y sin vida. De una manera parecida, los dólmenes que pudimos ver en Antequera siguen siendo tan impresionantes como hace miles de años, aunque hoy no tengamos la oportunidad de experimentar los rituales que en ellos se llevaban a cabo.
A tan solo un kilómetro de Antequera, nos sorprendió esta “puerta” prehistórica encajada en un pequeño montículo.
Tuvimos que esperar un rato a que salieran todos los visitantes que había dentro del dolmen para poder verlo con tranquilidad.
Cuando entramos y vimos que se trataba únicamente de un corredor, nos miramos incrédulos sin explicarnos de dónde había salido tanto turista.
A pesar de ser un “simple pasillo” nos sobrecogió el tamaño de las losas que lo componen. ¿Cómo pudieron transportarlas y colocarlas con las técnicas de aquella época?
Saliendo del dolmen de Viera, a la izquierda, enseguida llegamos al de Menga. Aunque también está bajo un montículo, se podía ver mejor su entrada por las enormes piedras que lo forman.
Como estaba tan cerca, nos tocó esperar a que salieran los mismos turistas de antes.
Cuando entramos nos impresionó el tamaño de la sala. Ante aquellas piedras tan gigantescas no pudimos hacer otra cosa que admirarlas (y fotografiarlas) con la boca abierta.
Después de un rato en coche (3 km), llegamos al aparcamiento del dolmen de El Romeral, donde nos encontramos la preciosa concha de caracol con la que abrimos este post.
Hasta que no vimos la entrada de este dolmen, al igual que nos ocurrió con el de Viera, no fuimos conscientes del tesoro que escondía aquel montículo.
La primera diferencia que encontramos con los otros dólmenes es que usaron piedras pequeñas para la formación de los pasillos, aunque los arcos de las puertas siguieron construyéndolos con losas grandes.
Como “expertos” que somos en construcciones megalíticas (Malta, Portugal, Montehermoso…) enseguida nos dimos cuenta de que este dolmen es posterior a los dos anteriores.
Cuando cruzamos el pasillo llegamos a una cámara abovedada, construida también con piedras pequeñas, excepto una gran losa que remata el techo. Al final de la sala, hay una “mini-cámara” con un pequeño altar.
En esta ocasión, coincidimos unas 15 personas dentro del dolmen. La diferencia de tamaño con el de Menga y el hecho de que la cámara tiene forma de cúpula nos dio una mayor sensación de recogimiento.
Nos ha encantado la visita a estos dólmenes, y nos quedamos con ganas de volver en las ocasiones especiales de los solsticios, cuando se pone de manifiesto la función astronómica de estas construcciones.