Mientras visitamos una ciudad, a veces nos salen al paso “atractivos” que, aún siendo típicos de ese lugar, no aparecen en los mapas turísticos. Esta vez nos topamos con un bandolero montado a caballo en pleno casco histórico de Ronda.
Pero antes de adentrarnos en la ciudad, fuimos en busca de la típica estampa del puente de Ronda. Para ser tan típica, nos costó conseguir una buena perspectiva, ya que tuvimos que meter el coche por un camino muy estrecho, tanto que al cruzarnos con otro que venía en dirección contraria prácticamente nos salimos.
Aunque teníamos el puente casi memorizado de tantísimas veces que lo habíamos visto en fotos, nos impresionó igualmente contemplarlo “en vivo y en directo”.
Después de deleitarnos con el puente y dejar el coche en un parking de pago (casi obligatorio por como está el tema organizado), continuamos la visita por el parque de la Alameda del Tajo. Coincidimos allí con muchos abueletes que se daban un paseo o charlaban sentados en un banco. También había algunas personas leyendo, varios turistas y una mujer que, tocando el arpa, llenaba el lugar de una música muy agradable.

Esculturas de los toreros Cayetano Ordóñez y Antonio Ordóñez a la entrada de la Puerta del Picadero de la plaza de toros de Ronda
Saliendo del parque en dirección al casco antiguo, pasamos por delante de la plaza de toros. Como suele ocurrir en estos lugares, aquí pudimos distinguir muy bien los turistas extranjeros, por la especial curiosidad que les despierta la cultura taurina.
No podían faltar los coches de caballos como en toda ciudad turística andaluza que se precie.
Si nos impresionó la vista del puente desde abajo, el paisaje contrario tampoco nos dejó indiferentes. Unas rejas de hierro nos permitían asomarnos al vacío sin peligro, aunque sin disminuir la sensación de vértigo a esa altura.
Al otro lado del Puente Nuevo nos esperaba, paradójicamente, el casco antiguo de Ronda. Además de todos los monumentos “oficiales”, lo que más nos gustó fueron los detalles con los que se viste esta ciudad.
Nos llamaron especialmente la atención las construcciones de origen árabe que han llegado hasta nuestros días, como este alminar, antiguo minarete de una mezquita.
De esta misma época es el Palacio del Rey Moro, que nos quedamos con las ganas de visitar hasta que terminen las obras de rehabilitación. Lo que sí pudimos ver fueron los jardines del palacio y la llamada “Mina del Rey Moro”. Se trata en realidad de un conjunto de escaleras y cámaras subterráneas que conectan el palacio con el río, que se utilizaba para llevar agua y también como entrada (o salida) secreta.
Para bajar, tuvimos que tener mucho cuidado, porque caía agua de las paredes y techos. Los escalones eran muy altos, algunos estaban sueltos, y aquí y allá se formaban charcos, haciendo que el trayecto fuese algo peligroso. Una vez abajo, nos esperaba una pequeña plataforma metálica sobre el río con vistas no demasiado espectaculares, y la sensación de que sólo nos quedaba volver a subir.
Una vez fuera de la Mina, continuamos la visita por Ronda.
Atravesando la Puerta de Felipe V, llegamos a otro de los puentes de la ciudad, en este caso, el Viejo, aunque se llamaba La Puente Nueva hasta que se construyó el que ahora es el icono más conocido de la ciudad.
Desde este punto pudimos disfrutar de unas preciosas vistas de las Murallas de la Xijara.
Continuamos descendiendo para acabar llegando a los Baños Árabes, que están muy bien conservados. No nos hubiera importado que siguieran funcionando como entonces para poder descansar, refrescarnos y relajarnos en sus diferentes estancias, ya que estábamos hechos polvo de tantas y tantas cuestas por las que habíamos caminado… Y eso que aún nos faltaba deshacer el camino para llegar hasta el coche.
Pero no nos quedó otra que conformarnos con darnos una ducha al llegar a casa.