Al día siguiente, y después de conocer La Valeta, nos propusimos descubrir el centro de la isla. En concreto Rabat y Mdina (antigua capital amurallada de Malta), además de acercarnos a los maravillosos acantilados de Dingli.
Estas dos localidades maltesas se asientan en la antigua ciudad romana de Melita, aunque con la llegada de los árabes, fue cuando dicha ciudad se dividió en dos, pasando a llamarse Mdina a la ciudadela y Rabat, que significa barrio, al resto de la ciudad extramuros.
Nuestra visita comenzó por esta última.
Lo primero que nos encontramos al bajarnos del autobús en el que habíamos llegado hasta allí fue la preciosa iglesia de San Marcos.
Desde allí fuimos deambulando por sus calles, descubriendo peculiares rincones hasta llegar a la iglesia de San Pablo.
Esta iglesia está dedicada al apóstol San Pablo, pues parece ser que en el año 60 d.C. naufragó en la isla y vivió tres meses en una cueva excavada de la época romana, que hoy se conoce como la Gruta de San Pablo.
Después de ver la iglesia, nos fuimos a visitar las Catacumbas de San Pablo. Complejo funerario laberíntico con numerosos pasillos y tumbas escavadas en la roca.
Cuando llegamos estaba completamente vacío, dando una sensación de paz y recogimiento a la vez que sobrecogedora e inquietante. Totalmente contradictorio, lo sabemos.
Una vez salimos de las catacumbas, y mientras nos dirigíamos a la Domus Romana, continuamos descubriendo detalles curiosos por las calles de Rabat.
Como, por ejemplo, pequeñas decoraciones religiosas de cerámica o azulejo en las entradas de numerosas casas.
Al llegar a la Domus (actual museo romano ubicado sobre una antigua casa romana) y después de haber disfrutado de diferentes mosaicos y otros restos arqueológicos, retomamos la marcha para conocer Mdina.
La antigua capital del país está amurallada. Accedimos a ella por la Puerta Griega (ya que es la más cercana a la Domus Romana).
Dejándonos llevar por la intuición, callejeamos por sus preciosas callejuelas doradas.
Maravillándonos con su arquitectura y colorido particular.
Imaginándonos por un momento en otra época en la que solo los coches de caballos circulaban por allí.
Disfrutamos por un momento “a solas” del silencio y la tranquilidad de sus calles.
Hasta que comenzamos a notar un hormigueo en el estómago. ¿Será que es la hora de comer? Por eso estaba todo tan callado…
¿Ves? Después de la comida las calles estaban más animadas.
Pero, ¿no te he contado dónde y qué comimos?
Fuimos a Fontanella Tea Gardens y tomamos una pizza cada uno. Para reventar, de lo grandes que eran y lo cargadas de ingredientes que iban. (Se me hace la boca agua al recordarlo.)
Pero hay más. Y, es que, aparte de sus pizzas riquísimas, el lugar tiene unas vistas increíbles desde su terraza. Aunque estábamos en el interior de la isla, Mdina está situada en un montículo, así que, desde allí arriba se podía ver prácticamente la mitad de la isla hasta la costa de Sliema.
Así que, cuando ya cargamos nuestras pilas de nutrientes y sensaciones, decidimos pagar la cuenta para seguir con el plan del día. Y, después de dar otro paseíto por Mdina y despedirnos de la ciudad saliendo por su Puerta Principal (foto con la que comenzamos el post), cogimos otro autobús hacia los acantilados de Dingli.
A las afueras del pueblo de Dingli, se encuentran estos fascinantes y espectaculares acantilados.
Nada más llegar nos quedamos boquiabiertos.
Asomarse al vacío desde estos acantilados, de unos 220 metros, impresiona.
Se respiraba una paz inmensa. Decidimos parar el tiempo durante un rato y sentarnos a disfrutar de esa quietud y esa calma que a veces olvidamos que existe y que es tan necesaria en nuestras vidas.
Después de memorizar para siempre esas sensaciones y de aprendernos el relieve de la isla de Filfla, al fondo, continuamos con nuestro paseo hasta la capilla de Santa María Magdalena, que fue construida en el punto más elevado de todo el archipiélago (253m).
Vimos en nuestro camino unos típicos carros de caballos malteses.
Aquí son muy populares las carreras de caballos que se asemejan a las carreras de cuadrigas romanas en las que el jinete se sienta en una carreta de dos ruedas tirada por el caballo. (Aunque para ello tienen unos carros diferentes a los que se observan en las fotos.)
También pudimos ver los surcos de carro, uno de los mayores misterios de la prehistoria maltesa, ya que no se sabe si han sido producidos por carros con ruedas o trineos, y tampoco qué transportarían para que quedasen unos surcos tan marcados y profundos (algunos llegan a los 60cm).
“Perdidos” en algún punto de los acantilados, nos quedamos en la zona disfrutando uno de los atardeceres más bellos de nuestra vida.