Después de unos días de relax en Montehermoso y unas breves paradas en Vitoria y San Sebastián, llegamos a la oficina de turismo de Saint-Jean-de-Luz con el tiempo justo de pedir un plano de la ciudad y preguntar por los alojamientos. La primera señal de que estábamos en Francia, además del idioma, fueron los altos precios de hoteles y campings.
Cuando nos íbamos a ir a otra localidad más pequeña en busca de una habitación más barata, vimos un hotel y se nos ocurrió parar a preguntar. “Regateando”, medio en francés medio en español, conseguimos un precio más razonable (según cómo se mire) para quedarnos aquella noche.
Una vez instalados, salimos a pasear por el centro histórico.
Callejeando, vimos las típicas viviendas de la zona, encaladas y con los travesaños y contraventanas de madera, generalmente de color rojo aunque también las encontramos verdes y azules.
La calle principal termina en el puerto, donde la desembocadura de La Nivelle separa Saint-Jean-de-Luz de Ciboure.
Mientras los franceses cenaban, estuvimos contemplando el anochecer en la playa, viendo cómo se iluminaba poco a poco la ciudad.
Terminada la hora “francesa” de la cena, las calles cobraban aún más vida. Nos sorprendió una pareja de músicos que cantaban en español en la plaza de Luis XIV.
Para rematar la noche nos tomamos una crêpe con nutella, que estaba para chuparse los dedos, en un puesto callejero. Había unos gofres que más que gofres parecían ladrillos de lo grandes que eran.
A la mañana siguiente, nos dirigimos a la punta de Santa Bárbara (Sainte Barbe), donde termina el paseo marítimo. Había mucha gente en la playa aunque los que más se hacían notar eran los más pequeños, que disfrutaban de las actividades de las zonas de animación infantil.
Pasando muuuucho calor, conseguimos llegar a lo alto de la colina de Santa Bárbara. Después de reponernos a la sombra del faro que la corona, disfrutamos de las merecidas vistas de la bahía de Saint-Jean-de-Luz y Ciboure.
Al bajar aprovechamos para bañarnos en la playa y, ya fresquitos, nos fuimos a buscar un sitio para comer.
Como era un poco tarde (14:30 – 15:00) no nos querían atender en ningún sitio y al final comimos en el restaurante Ongi Ethorri, que tenía carta de tarde aunque ya sin precio de menú. Pedimos una pizza ibérica (con queso de oveja y jamón como ingredientes principales) y unos mejillones a la marinera con patatas fritas. Estaba todo riquísimo y, además, la mujer que nos atendió fue muy amable.
Nada más salir de comer, volvimos a pasar por la plaza de Luis XIV, esta vez tomada por pintores de diferentes estilos que exponían sus obras.
Después, mientras recorríamos las principales calles de tiendas del centro, pasamos por la heladería Txomin en la que hacen los helados con leche de oveja. No solemos fijarnos mucho en las heladerías porque Ana tiene intolerancia a la lactosa, pero no a los productos lácteos de oveja o cabra. De haberlo sabido antes, hubiéramos rematado la comida con uno de estos helados.
Editado: Al final de nuestro viaje por Francia volvimos a esta heladería para descubrir que, finalmente, no tienen helados de oveja, así que nuestra información era incorrecta. Eso sí, el helado de leche de vaca que se comió Jaime estaba buenísimo.
Más tarde fuimos a ver el fuerte de Socoa (ya en Ciboure). Tuvimos que dejar el coche a 1 km porque no había aparcamiento y, otra vez, pasamos mucho calor.
El fuerte en sí no se puede visitar, pero los alrededores (playa y puerto) estaban llenos de gente y las vistas de Saint-Jean-de-Luz también eran muy bonitas.
A pesar de los carteles de advertencia, vimos muchos chavales que se tiraban al agua desde lo alto del muelle.
Antes de que se hiciera más tarde, cogimos la carretera hacia Ascain en busca de alojamiento. De las dos posibles opciones que barajábamos, nos quedamos en la casa rural Haranederrea, un lugar encantador del que ya te hablaremos en otro post.