No tengo mascota. No es que no me gusten pero al final nunca me decido.
De pequeña tuve un gatito durante una temporada corta. Se llamaba Edie. Yo estaba encantada pero, como suele ocurrir, mi madre (que era la única persona de la casa que no quería tenerlo) era la única que se ocupaba de él. Así que, finalmente se lo dieron a otra persona.
Ahora no podría (o más bien no debería) tener un gato en casa porque me dan alergia. Pero en los viajes me desquito. En casi cualquier localidad por la que he pasado me he topado con alguno. Unos más limpios, algunos más gordos, varios miedosos y otros, como éste, juguetones, que son los que más me gustan. Se acercan, se alejan, maúllan, te miran, se vuelven a acercar… y así durante un buen rato, creando algún tipo de complicidad e interacción que, no sé a ellos, pero a mí me deja con una amplia sonrisa en la boca para todo el día.