Hay días en los que nos parece perder el rumbo de nuestra vida. Aunque el objetivo que persigamos estuviera ayer bien claro y visible, puede que hoy no sea así.
A veces puede ocurrir que nos desanimemos porque la distancia a la meta parece no acortarse nunca. En ocasiones nos resulta difícil distinguir el objetivo entre otras ideas o proyectos que surgen en el camino. Las distracciones que nos impone el día a día o que aparecen de forma imprevista, pueden llegar a desviarnos, sin querer, de lo que realmente nos parece importante.
En estos casos, lo mejor es pararse un rato, aunque pensemos que avanzaríamos más si echásemos a correr. Un vistazo al horizonte, levantando un poco la cabeza de lo cotidiano, nos puede ayudar a volver a tomar contacto con nuestros auténticos valores. A veces podemos necesitar que alguien nos ayude a darnos cuenta de dónde estamos y a dónde queremos ir.
Lo importante es no desesperarse. Si te pierdes, eleva la mirada del suelo, fija tu rumbo y ¡adelante!